Barcelona, 9 de agosto de 2025
Por: Francisco Vera Manzanares
Hace ochenta años, la humanidad fue testigo del horror absoluto: por primera vez, las armas de destrucción masiva se usaron contra poblaciones enteras. Cerca de 120.000 vidas fueron extinguidas en cuestión de segundos, y durante días, semanas y años después, la radiación continuó cobrando víctimas silenciosas. Aquel momento marcó un descenso a las profundidades más oscuras de nuestra historia, una herida abierta en la conciencia humana.
Y, sin embargo, me asalta una pregunta inquietante: después de ocho décadas intentando erigir un mínimo código de respeto por la vida, especialmente la de los civiles, y aún más la de los niños —seres absolutamente indefensos, sin capacidad de hacer daño, cuya inocencia debería ser un santuario inviolable—, ¿hemos avanzado realmente? ¿O seguimos justificando lo injustificable, olvidando que al fallarles a ellos nos fallamos como especie?
En castellano existe la expresión “tocar fondo”, usada para señalar el momento en que alcanzamos el culmen de la barbarie humana. Si en 1945 tocamos fondo como humanidad, y hoy lo volvemos a hacer, cabe preguntarse: ¿es este fondo de la misma profundidad?
No. Hoy hemos descendido a un abismo mucho más hondo y doloroso. Hace ochenta años no existían instrumentos internacionales creados específicamente para impedir lo que hoy sucede en Gaza y Cisjordania. Hace ochenta años no había una llamada “comunidad internacional” con capacidad —al menos teórica— de actuar. Hace ochenta años no existían cámaras que transmitieran, minuto a minuto, el sufrimiento, la destrucción y la muerte.
Hoy sobre el conjunto de la humanidad recae una responsabilidad considerablemente más grave. Hoy, 9 de Agosto del 2025, existe mayor respeto hacia la vida de los animales en ciertos países que hacia la vida de Palestinos.
Liberen los rehenes. Detengan la ofensiva israelí sobre Gaza. Paren el genocidio. Permitan la entrada de ayuda humanitaria. Liberen a los palestinos.
Créditos de fotografía: Amnistía Internacional